Santa Zita nació en Toscana en el año 1212, en el seno de una familia pobre pero temerosa de Dios. Su hermana mayor era monja cisterciense y su tío era un ermitaño al que los lugareños consideraban también santo en aquella época. A los 12 años se trasladó a ocho millas de su casa para trabajar como ama de llaves de una familia adinerada, donde permaneció 48 años, hasta su muerte. Consideraba su trabajo como un trabajo para el Señor y, debido a su fuerte ética y moralidad, muchos de los otros sirvientes la despreciaban y abusaban de ella. A sus propios jefes les disgustaba su devoción a Dios y también la perseguían por ello. Sin embargo, acabó ganándose su confianza e incluso su amistad, y más tarde la pusieron al frente de toda la casa. Se dice de ella que "una sierva no es santa si no está ocupada, la pereza de la gente de nuestra posición es falsa santidad". Además de su diligencia para con su patrona, también dedicó mucho tiempo al cuidado de enfermos, pobres y encarcelados. Murió a los 60 años en la casa a la que tanto tiempo sirvió, el 27 de abril de 1272. Este día se celebra su fiesta y es la patrona de las empleadas domésticas y de los sirvientes. Fue canonizada en 1696.